HISTORIA POLÍTICA

Responsable de la sección: Daniel Alonso

lunes, 27 de octubre de 2008

Vergara y el abrazo de las dos Españas



DANIEL ALONSO


Existen dos Españas según acuerda toda la historiografía política española contemporánea; dos Españas irreconciliables, que inician su senda separada y conflictiva en los inicios de la modernidad y cuya máxima crudeza estalla en la Guerra Civil de 1936. No obstante, la historia de España nos ofrece momentos de reconciliación de esas dos patrias enfrentadas. La España moderna y democrática y la España premoderna y absolutista supieron encontrar espacios de entendimiento en periodos breves de la historia. El Abrazo de Vergara fue uno de esos momentos.

Hay que remontarse a 1839 y entender la situación que se vivía entonces en todo el norte peninsular. Carlistas e isabelinos luchaban por la legitimidad de sus respectivos aspirantes al trono. Se trataba de una pelea que trascendía la mera figura de los herederos, pues se enfrentaban dos modelos diferentes de entender España; vinculados además con un conflicto territorial.

Por un lado, los seguidores de Carlos María Isidro de Borbón, hermano del difunto Fernando VII y que encarnaba los valores del absolutismo. Estos carlistas concentraban su fuerza social en todo el norte peninsular, aunque solamente ejercían el poder efectivo en lo que entonces eran las Provincias Vascongadas y el Reino de Navarra. Dios, Patria, Rey y Fueros (leyes viejas) eran los principios que movían este bando.

Enfrentados a estos, los seguidores de Isabel II de Borbón, hija del mismo Fernando VII, que encarnaba los valores del liberalismo, opuestos a los de su padre. Los isabelinos concentraban su fuerza social en la "liberal Villa de Madrid", que extendía su influencia de forma centrípeta al resto de la península, excluyendo las vascongadas que miraban con recelo el nuevo liberalismo que se fomentaba desde la corte en Madrid. El factor detonante de la insurreción carlista fue la derogación de la Ley Sálica. Para los absolutistas era intolerable que una mujer pudiera reinar.

Así pues, pronto estallaron las tensiones territoriales bajo la forma de la Primera Guerra Carlista. Las tres Provincias Vascongadas y Navarra mantenían su propia administración civil y militar independiente del resto de España. Cabe decir que don Carlos contaba allí con su corte itinerante (en Durango, Tolosa, Azpeitia, Oñate y Estella) y que los fueros (leyes propias del Antiguo Régimen) continuaban vigentes en las provincias. El absolutismo carlista cada día se sentía más invadido por las intromisiones de los liberales, que rechazaban la resistencia vasca y navarra a las reformas democráticas.

Durante los seis años de guerra, los isabelinos liberales fueron arrebatando terreno a los carlistas. Los frentes se ubicaron en torno a paisajes diversos: desde las campiñas riojanas a los escarpados desfiladeros de Navarra. Se abrieron frentes en Castilla, Aragón, Cataluña y Valencia; llegando los combates hasta el mismo corazón de Andalucía. El carlismo consiguió movilizar a sus bases en todas las provincias españolas, desatando lo que fue una auténtica guerra civil.

En una clara situación de desventaja carlista, ambos ejércitos acordaron la paz. El 29 de agosto de 1839, en un campo a las afueras de Vergara, el general isabelino Espartero y el general carlista Maroto se fundieron en un abrazo -delante de todas sus tropas- que puso fin a la guerra. En el tratado de paz, Espartero prometió interceder ante la corte de Madrid para la defensa de los fueros, y a cambio los carlistas se integrarían dentro del ejército liberal. A partir de entonces, los soldados del ejército español llevarían siempre la txapel gorri (boina roja), elemento identitario de los combatientes vasco-navarros. Militares de ambos bandos fueron homenajeados en Madrid con todos los honores, desde Zumalacárregui hasta Espoz y Mina.



No todo fue de color rosa en el acuerdo. El sometimiento a Madrid y sus leyes modernas no fue aceptado de buen grado por todos los partidarios carlistas. Un buen número de ellos acompañó a don Carlos en su exilio francés y prácticamente durante todo el Siglo XIX hubo conatos bélicos para restaurar los fueros. Dos generaciones más tarde, los carlistas se concentraron en torno a la figura de Sabino Policarpo Arana Goiri, que aspiraba recuperar las leyes viejas para el conjunto de las Provincias Vascongadas y Navarra -Euskal Herria- o "tierra que habla euskera", que se corresponde con los territorios donde en su día fueron efectivos los fueros. Esta nueva manifestación conflictiva del tardocarlismo sobrevivió durante todo el Siglo XX hasta nuestros días.

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