HISTORIA POLÍTICA

Responsable de la sección: Daniel Alonso

lunes, 15 de diciembre de 2008

170 años de nacionalismo vasco (II)

(LA SEMANA PASADA SE PUBLICÓ LA PRIMERA PARTE DEL ARTÍCULO)

DANIEL ALONSO

En 1903 falleció Sabino Arana, y su hermano Luis Arana continuó la dirección del Partido, lo que supuso el inicio de una nueva etapa del nacionalismo vasco. Durante el mandato de Luis, en el PNV surgió la nueva generación de jóvenes nacionalistas, como Elías Gallastegi , apodado “Gudari” ("soldado") . La “generación gudari” -también llamada la de “los aberrianos”- es la que recoge la bandera del nacionalismo hasta las puertas de 1931 y la II República.

Los jóvenes nacionalistas como Gudari fueron los primeros que marcaron un punto de inflexión en el pensamiento aranista. Ante la sorpresa de los viejos nacionalistas, la nueva generación se empezó a definir como laica y republicana, ajena a la tradición católica y carlista. Sin embargo, esto no debe interpretarse como una actitud de moderantismo respecto a la generación aranista; los nuevos nacionalistas se hicieron fervientes seguidores de la “religión nacionalista”. Desvinculada la idea de Nación de la idea de Dios, los jóvenes se hicieron aun más radicales que sus antecesores, que subordinaban el sentimiento nacional al religioso. Así pues, para Gudari y los suyos ya no había Dios ni tradición, solamente un pueblo, una raza y una nación por la que matar y morir: Euskadi.

La proclamación de la II República española coincide con el momento álgido del nacionalismo político y también con una crisis interna entre los aranistas tradicionalistas, enmarcados en el PNV, y los jóvenes aberrianos, que fundaron su propio partido: ANV. Los viejos aranistas se mostraban partidarios de un estatuto de autonomía mientras que las juventudes nacionalistas solo apoyaban la independencia absoluta respecto a España y rechazaban el estatuismo.

El alzamiento militar de 1936 también provocó un dilema paralelo en el seno del PNV: ¿Se debía adherir el PNV al ejército leal a la República o al bando sublevado?. El gobierno del Frente Popular se mostraba favorable a la autonomía vasca, pero era antirreligioso y progresista. Por otra parte, los sublevados eran muy religiosos pero jamás permitirían cualquier clase de estatuto de autonomía para Euskadi. El PNV decidió anteponer los intereses nacionales a los religiosos y por tanto permanecer del lado del gobierno de la república. PNV y ANV fundaron sus milicias y se integraron en el Frente Popular contra el franquismo.

Es ya bien sabido como terminó la Guerra Civil Española, y también se puede deducir lo que supuso la victoria franquista para el movimiento nacionalista vasco, que se diluyó en los aparatos del nuevo régimen y desapareció de la esfera pública durante varias décadas. Éste estado de latencia del nacionalismo permaneció así hasta bien entrados los años 50. Fue por esa época cuando empezó a desarrollarse una nueva generación de nacionalistas vascos (entre ellos, Gatari el hijo de Gudari). El marginal grupúsculo del PNV que aun resistía por aquellos años comenzó a nutrirse por multitud de jóvenes de muchas tendencias. La nueva generación nacionalista era ciertamente heterogénea: los había tradicionalistas católicos (sacerdotes y seminaristas incluso); los había marxistas prosoviéticos, maoístas o troskistas; los había neonazis, paganos ocultistas...

En ésta época, jóvenes estudiantes de la cultura vasca (como Federico Krutwig, de origen alemán) o el neonazi vascofrancés Jon Mirande (seguidor del ocultismo y la parapsicología) empezaron a crecer políticamente dentro del partido, encontrando incómodo el mismo para sus expectativas. Pronto surgió una nueva vanguardia alternativa: ETA, organización de carácter paramilitar que desde entonces se ha dedicado a realizar atentados terroristas como medio para la lograr su objetivo: el reconocimiento de la Nación Vasca y su independencia absoluta de España. Krutwig y Mirande fueron algunos de los padres ideológicos de ETA.

El atentado contra el presidente del gobierno franquista, Luis Carrero Blanco, marcó un antes y un después en la historia de la organización. Su papel activo en la lucha contra la dictadura visibilizó políticamente a ETA en las esferas progresistas españolas, trascendiendo los enclaves concretos del País Vasco y el sur de Francia donde hasta entonces se había deselvuelto el mundo abertzale.

La llegada de la democracia no cambió éste dualismo en el mundo nacionalista. El PNV acató la senda constitucionalista y encontró su lugar en el sistema parlamentario español, pues aunque se abstuvo de participar en la elaboración de la Constitución de 1978, sí que jugó un papel protagonista en la aprobación del Estatuto de Autonomía del País Vasco. ETA sufrió varias escisiones en los últimos años del franquismo y alguna más durante la transición. Nunca reconoció la legitimidad del sistema constitucional español y continuó con la lucha armada, aun contando con el apoyo de su brazo político, ilegalizado a finales de los años 90.

Una serie de partidos nuevos como Aralar o Eusko Alkartasuna se erigieron como un tercer pilar del nacionalismo vasco contemporáneo, ajenos a la tradición conservadora del PNV y de la actitud violenta de ETA y su entorno político y cultural.

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Artículo basado en "El bucle melancólico", de Jon Juaristi







lunes, 8 de diciembre de 2008

170 años de nacionalismo vasco (I)


DANIEL ALONSO

Los orígenes del nacionalismo vasco se ubican en un pasado remoto, aunque no tan remoto como insisten los propios nacionalistas: El sentimiento de melancolía que surgió de la literatura romántica del Siglo XIX. Hay que acudir a la obra del filólogo y escritor vascofrancés Agustín Chaho (1811-1858) para encontrar las raíces ideológicas de este nacionalismo. Chaho era al mismo tiempo patriota francés y nacionalista vasco, militante republicano y simpatizante carlista (absolutista). Chaho inventó el mito de Aitor, el padre del pueblo vasco, una ficción literaria asumida por los nacionalistas como leyenda atávicamente cierta y base de la identidad nacional. Era la "primavera de los pueblos" en Europa, y cientos de iluminados predicaban nacionalismos románticos y literarios muy similares a este.

No obstante, el nacionalismo vasco adquiere una particularidad especial con la incorporación de la familia Arana al bucle nacionalista. Chaho pronto encontró su réplica en la Vasconia española: Vicente de Arana, un industrial vizcaíno y escritor melancólico como él. La crudeza de las guerras carlistas y la supresión de los fueros vascos -consecuencia del Abrazo de Vergara- rompió con la idílica literatura que había caracterizado hasta entonces el nacionalismo. En este contexto de deshumanización producido por la guerra irrumpe Sabino Arana Goiri, considerado por muchos como el primer nacionalista vasco precisamente por su aportación al primer nacionalismo político (y no literario).

Sabino Arana atacó con ferocidad el discurso moderado de su primo Vicente de Arana. Sabino representaba el tradicionalismo y el radicalismo nacionalista frente a la vida libertina y cosmopolita de Vicente. Pronto emprendió su lucha personal y encarnizada contra todo lo que representa el liberalismo anticarlista y antitradicionalista. Sabino no comprendió la naturaleza jurídica de los fueros vascos recién abolidos -que eran una carta otorgada- y los consideró una ley natural destinada por Dios a ser aplicada en Bizkaia.


Pero la aportación más importante de Sabino Arana al nacionalismo vasco es sin duda la fundación del Partido Nacionalista Vasco, que en un principio fue un grupúsculo marginal pero que en poco tiempo se popularizó nutriéndose de los viejos nostálgicos que observaban aterrados las actitudes "libertinas" de los “maketos”, jóvenes obreros que venían de otras provincias de España atraídos por la industria y que adolecían de los "vicios" de la modernidad, contrarios a las "leyes viejas". Tras la muerte de Sabino en 1903 fue su hermano Luis Arana quien continuó la dirección del Partido.

(SIGUE LA SEGUNDA PARTE DEL ARTÍCULO LA SEMANA QUE VIENE)

domingo, 30 de noviembre de 2008

La rebelión húngara contra la URSS


DANIEL ALONSO

Cuando Stalin falleció en 1953, todo el conjunto geopolítico del este de Europa -enmarcado en el socialismo real- se empezó a convulsionar y todos entendieron que el régimen soviético y de los países satélites iba a cambiar. El XX Congreso del PCUS dictaminó que cada uno de los países satélites de la Unión Soviética tendría derecho a decidir su propia "vía al socialismo", lo que en términos pragmáticos significaba mayor autonomía respecto a Moscú.

Una progresiva desestalinización se expandió por todo el Bloque del Este. Países como Albania o Yugoslavia rompieron definitivamente con la URSS, aunque manteniendo relaciones cordiales. No obstante, tres años después, en Hungría el cambio todavía no se había manifestado. Los militares soviéticos que operaban en el territorio desde el final de la Segunda guerra Mundial seguían ocupando el país. El 23 de octubre de 1956, los estudiantes universitarios húngaros apoyaron una marcha pacífica para exigir a las autoridades que se movilizasen por el cambio.
La policía política de la República Popular de Hungría abrío fuego contra la comitiva y encarceló a multitud de líderes estudiantiles. Milicias populares se organizaron y hubo levantamiento en todo el país -especialmente en la capital, Budapest-. La oposición al régimen enarbolaba la bandera de la República Popular con el escudo recortado, como reivindicación de una soberanía nacional secuestrada -a su juicio- por Rusia y su Ejército Rojo. Tras una semana de combates, el gobierno recapituló y prometió negociar con Moscú la retirada de las tropas rusas, la salida del Pacto de Varsovia y la celebración de elecciones libres.

Noviembre comenzó con tranquilidad, y el politburó del Partido Comunista de la Unión Soviética mostró un aparente acuerdo de satisfacer las ansias de dependencia del pueblo húngaro. No obstante, el día 4 de noviembre cambió de opinión y fuerzas de choque del Pacto de Varsovia invadieron de nuevo el país, arrasando con todo y sustituyendo la cúpula gubernamental por otra menos reformista.

Imre Nagy, Primer Ministro húngaro, comunista partidario de las reformas y defensor de la revolución fue deportado y pasado por armas dos años después. 2.500 muertos y 200.000 exiliados fueron el saldo de aquellos días de sangre, pólvora y desenfreno. En enero de 1957 comenzó a operar el nuevo gobierno húngaro, bajo mandato de János Kádár. El nuevo partido único de Hungría, el Partido Socialista Obrero Húngaro, vehiculó un nuevo régimen férreamente controlado por el PCUS y protegido por un contingente militar soviético aun mayor que el que existía previamente. Hablar o escribir sobre la reciente revolución abortada empezó a estar tipificado con penas de cárcel.

La revolución húngara y la posterior represión soviética supuso el divorcio de la izquierda comunista europea con la tesis del socialismo real del PCUS. Todos los partidos comunistas de europa occidental se sometieron a un debate interno del cual salió reforzado el planteamiento más socialdemócrata -solidario con Hungría y su revolución fracasada-. Moscú perdió la lealtad de la izquierda anticapitalista de las democracias, y también tuvo que sufrir otras tensiones parecidas a la húngara como la revolución checoslovaca (la Primavera de Praga) en 1968. Estos movimientos políticos sentaron las condiciones para la Perestroika y la posterior caída del Muro de Berlín, en 1989.

lunes, 24 de noviembre de 2008

La crisis del Estado Social

DANIEL ALONSO

El Estado Social, entendido como aquel que interviene en la economía y la sociedad para promover la justicia social, está siendo reformulado drásticamente. El Estado Social llegó a una situación incontrolable e ingobernable en la segunda mitad del Siglo XX debido a su excesivo poder y tamaño, que impedía su control efectivo. Se había convertido en una fuente de gasto insostenible, con altas dosis de ineficiencia. Esto significa que el estado social escapa del control democrático de los ciudadanos y ya no responde a las demandas de estos.

Desde los años 70 hay dos discursos para solucionar esta crisis. Uno de ellos es el neoliberal -muy popular por políticos de los 80 como Ronald Reagan y Margaret Thatcher-. Quienes defienden el neoliberalismo dicen que el estado social es irracional e injusto porque se dedica a satisfacer las demandas irracionales de los ciudadanos, fomentando actitudes pasivas, clientelismo, gastos irresponsables que pagamos todos... Se crean situaciones caras que perjudican la economía, el mercado y limitan la iniciativa privada.

La propuesta es desmontar la propuesta social, privatizar los servicios públicos; partiendo del supuesto de que la gestión privada es más eficiente. Los electores son cómplices de la irracionalidad, porque reclaman a los políticos más gastos a cambio de votos. Un político neoliberal tiene que limitar y filtrar las demandas sociales (disminuir la cantidad de democracia), partiendo del supuesto de que los ciudadanos siempre piden cosas irresponsables.

Otra propuesta alternativa es la de la tercera vía. Se trata de una propuesta de izquierdas defendida por Anthony Giddens. Como la izquierda fue quien propuso el sistema de Estado Social, su desaparición supondría necesariamente un giro a la derecha, por lo que una parte de la izquierda socialdemócrata propone la tercera vía. Los defensores de la tercera vía reconoce que el Estado Social tiene que reformarse. La propuesta es la contraria al neoliberalismo, pues no consiste en reducir la intensidad de la democracia, sino en rebajar el tamaño del estado pero incrementando el nivel de participación ciudadana y de democracia.

Giddens dice que hay que renovar la izquierda. Hay que acabar con el paternalismo y asistencialismo del Estado, con el esquema mental socialdemócrata clásico, que ya no funciona. No obstante hay que mantener la igualdad. El objetivo tiene que ser lograr un objetivo entre lo económico y lo no económico, poner límites al mercado. El Estado tiene que ir más allá de repartir dinero y evitar el riesgo y la exclusión. El objetivo básico de las políticas sociales no es satisfacer servicios que los pobres no pueden pegar, sino la recuperación del espacio público en el que se puedan integrar todos los ciudadanos. El Estado tiene que luchar contra las tendencias disgregadoras y tratar de integrar a todos. Para ello hay que mantener servicios sociales y asistenciales pero también hay que hacer más cosas.

El criterio para reformar el estado es dejar de ser un Estado que presta servicios para ser un agente inversor. Tiene que invertir en sectores estratégicos para reconstruir el espacio público y fomentar vínculos de interacción social. Supone reducir la dimensión del Estado y apostar por la sociedad civil, pues muchas cosas que hace el Estado las podría hacer la sociedad civil dejando participar a los ciudadanos: asociaciones, movimientos...). En lugar de pedir al Estado hay que hacer las cosas participativamente, con el Estado detrás apoyando las iniciativas de la sociedad civil.

En definitiva, se trata de refundar la democracia bajo un criterio moral. Promocionar una cultura política y social opuesta al mercado y el consumismo, ayudando a promover valores como la solidaridad y la igualdad. Ese es el reto del socialismo europeo para el Siglo XXI.

martes, 11 de noviembre de 2008

Una vía inexorable hacia la guerra


DANIEL ALONSO

El estallido de la Segunda Guerra Mundial se considera por la historiografía una consecuencia directa de la militarización de Alemania, una práctica del gobierno nazi como respuesta rebelde a las imposiciones del Tratado de Versalles. En una segunda lectura de la historia, se puede interpretar que la responsabilidad final del estallido de la Segunda Guerra Mundial fue de las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial. Esto sería así porque condujeron a Alemania a una situación crítica de la cual sólo se podía intentar salir mediante la solución totalitaria. Esta teoría la compartieron en parte los aliados tras la Segunda Guerra Mundial, y por eso no impusieron unas medidas tan severas contra los perdedores; es más, incluso contribuyeron a la recuperación postbélica.

El derrotero alemán hacia la guerra también estuvo condicionado por diversos acontecimientos que se dieron en la política alemana. En primer lugar, hubo un relevo en la dirección del Partido Nazi alrededor de 1933: las SS se hicieron con el poder y murió Hindenburg, jefe de Estado y jefe de las fuerzas armadas. Tras el fallecimiento de Hindenburg, Hitler fue proclamado Fuhrer-jefe de estado y de gobierno- y pasó a controlar todos los poderes del Estado, incluido el poder militar. De esa forma, le resultó más sencillo orientar al ejército para sus proyectos políticos de expansionismo por vía militar, que también tenían una explicación económica.

Para salir de la crisis de entreguerras, el gobierno incrementó su gasto público, parte del cual comprendía el incremento del gasto militar. El ejército se modernizó, se creó una aviación y se anexionaron al Reich territorios limítrofes en busca de materias primas. En definitiva, se preparó a la nación para guerra y además se incumplió sistemáticamente el Tratado de Versalles, lo cual crispó las relaciones internacionales de Alemania con las potencias democráticas, favoreciendo el clima de guerra.

La actitud de la población también fue un factor decisivo para fomentar la entrada en la guerra. Aparte de la influencia de la propaganda nazi en la opinión pública, ya previamente se consideraba que la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial era una humillación, y era culpa de los políticos de la República de Weimar y no de los alemanes. Asimismo, estaba bastante extendida la teoría del diktat; que el Tratado de Versalles era una imposición contra la que Alemania por honor tenía que rebelarse.
Por lo general los civiles nunca culparon a su gobierno -ni a los gobiernos aliados- de los males de la guerra. Según el escritor alemán Winfried Georg Sebald, durante los bombardeos a Hamburgo nadie clamaba contra el gobierno británico por la crueldad y desmesura de la catástrofe (al contrario que los londinenses, que si culpaban al gobierno alemán del los bombardeos). La gente asumía las consecuencias de la actitud que ellos habían defendido (la guerra total). Incluso después de la guerra, la población sintió vergüenza y culpa por haber sido los causantes de la destrucción de la Segunda Guerra Mundial.

Según otros autores, el camino hacia la guerra es algo inherente a todas las doctrinas totalitarias y no sólo al nazismo. El filósofo búlgaro Tzvetan Todorov decía que todo totalitarismo presenta el mundo como un “maniqueísmo” que divide al mundo en dos partes mutuamente excluyentes, los buenos y los malos. El objetivo final del totalitarismo es la aniquilación de “los malos” por medio de la guerra. El totalitarismo no admite más matices que “conmigo o contra mí”, así que todo aquel que no comparte la doctrina se convierte automáticamente en un enemigo a combatir. Esa fue la actitud soviética o nazi hacia las democracias occidentales, y concretamente para el régimen nazi se puede entender eso como una causa de la guerra.

A modo de conclusión se puede reconocer que la responsabilidad final del estallido de la Segunda Guerra Mundial fue del gobierno nazi. No obstante, no se debe entender el nazismo como una ideología desconectada del resto de la historia, sino que se deben interpretar las causas de su aparición. Así pues, las gravosas sanciones de los aliados después de la Primera Guerra Mundial, y la radicalización de la lucha de clases estimulada por la facción mas prosoviética del socialismo alemán contribuyeron a la mala situación económica y social de Alemania, lo cual se expresó políticamente en la aparición y ascenso del movimiento nazi. De la misma forma, la debilidad y la neutralidad de las democracias parlamentarias frente a las provocaciones nazis también aceleraron el camino hacia la guerra.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Los exilios españoles


DANIEL ALONSO

A menudo cuando se nos habla del exilio español se nos viene inmediatamente a la cabeza el exilio político que aconteció al término de la Guerra Civil. Aunque este exilio es importantísimo por lo que supuso cualitativa y cuantitativamente, y por lo cercano que está en el tiempo, sería muy poco riguroso analizarlo como un fenómeno aislado, desconectado del resto de la historia de España, que no se puede entender sin la historia de todos los exilios en España.
El exilio es un fenómeno político complejo, que tiene un significado muy concreto que va más allá de la mera “migración”. Según José Luis Abellán, uno de los autores que más ha tratado sobre exilios y migraciones en general, el fenómeno del exilio pertenece al ámbito sociopolítico de la historia contemporánea, y se debe evitar la tentación de identificarlo con otros fenómenos migratorios, que pueden resultar aparentemente similares pero que pertenecen a otro contexto histórico. Si se pretende estudiar la historia del exilio y el destierro siguiendo un criterio históricamente riguroso, sería preciso enmarcar estos procesos en el periodo comprendido entre el Siglo XIX y la actualidad.
El fenómeno del exilio incluye un elemento de voluntad política que no se da en otros como la emigración, que a pesar de ser también una migración voluntaria obedece a causas económicas y laborales y carece del significado político que tiene el exilio. El destierro es diferente, pues consiste en un castigo impuesto normalmente por motivos políticos, que obliga al condenado a residir en un lugar que él no elige, sin posibilidad de regresar de él. El destierro no tiene por qué ser necesariamente en el extranjero, pues puede tratarse de un lugar remoto dentro del mismo país (por ejemplo, en España han sido muy frecuentes los destierros en las Islas Canarias o las colonias de ultramar). Para especificar que un destierro es en el extranjero, se suele emplear el término deportación.

Otro término que se suele identificar erróneamente con exilio o destierro es el de expulsión. La expulsión es también una medida impuesta pero no se aplica como un castigo, sino como una medida legal; pues se presupone que al sujeto expulsado no le corresponde estar en el territorio del cual se le expulsa. Las expulsiones suelen practicarse contra extranjeros que permanecen ilegalmente, o bien delinquen, en un país ajeno.
El exilio no es un fenómeno exclusivo de España, pero si cuenta con una importancia considerable en nuestra historia si se compara con la de otros países. Muchos historiadores, como Abellán, encuentran las causas del exilio español en los planteamientos políticos con los que España inició su modernidad en el Siglo XV, y que según él condicionaron toda la historia posterior, incluida la construcción del estado moderno que se llevó a cabo durante la Edad Contemporánea. Las estructuras políticas que se impusieron entonces fueron muy rígidas y muy poco integradoras con las diferentes realidades religiosas y culturales que hasta entonces habían cohabitado en la península. Los Reyes Católicos basaron su política en la unidad religiosa y la depuración de todo aquel individuo o colectivo que no se adaptase satisfactoriamente al modelo establecido. Muchos autores hablan incluso de una “mentalidad inquisitorial”, que habría germinado en aquella época y habría quedado adherida a la idiosincrasia española a lo largo de las décadas, condicionando la compleja historia del exilio en España.

La historia de los exilios es larga. Se pueden definir siete generaciones de españoles que tuvieron que dejar las fronteras por motivos políticos desde principios del Siglo XIX. En 1814 fueron los afrancesados y liberales quienes cruzaron los Pirineos huyendo de Fernando VII. En 1823 volvieron a salir liberales de nuevo cuño con la caída del Trienio Liberal. En 1839 y 1876 fue el turno de los carlistas (más bien aquellos que no comulgaban con el bando liberal). En 1874 cayó la I república y tuvieron que marchar los primeros dirigentes obreros -anarquistas y socialistas- así como los republicanos y cantonalistas. En 1923 fueron aquellos disidentes de la dictadura de Miguel Primo de Rivera quienes abandonaron la piel de toro. En 1931 se proclamó la II República y Alfonso XIII partió en barco de Alicante -acompañado de un grupo de fervientes monárquicos que le acompañaron en el exilio-. Por último, en 1939 el General Franco ganó la Guerra Civil y provocó uno de los fenómeno del exilio más estudiados: el de los republicanos y antifranquistas.
Con el exilio antifranquista de 1939 se cierra, quizás para siempre, la historia del exilio español. Con la desaparición de la dictadura y la consolidación del Estado Social de Derecho, España ha irrumpido en el grupo de las naciones democráticamente desarrolladas, lo cual presenta como inverosímil que se vuelva a producir nunca más un exilio político como resultado de una política gubernamental autoritaria.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Los padres de la democracia moderna


DANIEL ALONSO

La política moderna no es producto de los parlamentos. Es importante entender que la actividad política en los órganos de representación es importante para positivar esta política, pero que sería papel mojado sin la tarea pensadora de los filósofos de la política, como Hobbes, Locke y Rousseau. La base teórica de la democracia contemporánea se encuentra en la Antigua Grecia y los filósofos de la antigüedad como Aristóteles y Pericles. Éstos reconocen la comunidad como una corporación natural de la humanidad, y establecen el diálogo y la dialéctica como motor de las relaciones políticas.

Hobbes -uno de los primeros gurús de la filosofía política moderna- ataca lo dicho por Aristóteles y Pericles y desmonta la idea clásica de que lo natural es agruparse en comunidad para hablar. Cree que las personas no se comunican por naturaleza, sino que es consecuencia de la racionalidad, y que es precisamente la razón la que lleva al conflicto y a la violencia y no al encuentro: los conflictos nacen cuando las personas conciben que los otros pueden ser potenciales competidores (enemigos) y los atacan. En tiempos de Hobbes (al igual que ahora), ya no se podía confiar en los ciudadanos como hacía Aristóteles, que basaba su sociedad en un orden natural regido por leyes naturales. En la modernidad hay conciencia de una desigualdad artificial, provocada -por ejemplo- por el mercado. El Estado surge en este contexto para proporcionarnos a nosotros mismos leyes artificiales.

Aunque la razón condene a la humanidad también la puede salvar, ya que puede contribuir a recomponer el orden social. Consistiría en hacer un pacto de no agresión con los semejantes, para lo que hay que confiar en una autoridad cuya presencia rompería con la naturaleza y la tradición, que sería la ley del más fuerte. Hobbes cree que de seguir esta ley natural se entraría en una espiral de violencia y guerra permanente. Por eso son necesarias las leyes artificiales, el contrato social.

Si se renuncia a la idea de un “estado natural”, como hizo Hobbes, se renuncia también a los instrumentos derivados de la naturaleza para explicar las instituciones. Los individuos pasan a ser la clave y el principal motor para la legitimidad: como no hay nada “dado”, todo es fruto de la voluntad de las personas y el Estado solo es un instrumento al servicio de las necesidades humanas. El absolutismo que defiende Hobbes es aquel en el que los individuos hacen un pacto (Estado) para que un soberano (un sujeto que dispone del derecho para decidir sobre la vida y la muerte de los ciudadanos) garantice la supervivencia. Hobbes dice que lo racional es que todos esten amenazados por uno solo (el monarca absoluto) y no por todos los demás; que sería la anarquía, la democracia griega.

Partiendo del mismo esquema mental que usaba Hobbes para justificar el absolutismo, Locke lo aplica para defender el liberalismo. Locke dice que es irracional ponerse en manos de un soberano absoluto. El pacto que propone Locke es condicional, lo que significa que hay obligaciones recíprocas por parte del pueblo y del soberano: el soberano tiene que garantizar y proteger los intereses de los individuos frente a la amenaza ante derechos valiosos amenazados (propiedad y libertad). Además, si el soberano no cumple los individuos pueden oponerse. A cambio, los individuos renuncian al derecho de la autotutela, a tomarse la justicia por su mano.



El tercer autor que propuso una forma de contrato social fue Rousseau, que estableció un contrato más democrático -según algunos, presocialista- y opuesto al de Locke. Según Rousseau, el contrato de Locke institucionaliza la desigualdad al reconocer la propiedad. Rousseau considera absurdo que un pobre asuma racionalmente un contrato que asegure la propiedad. En parte, está de acuerdo con Hobbes en la idea de que es necesaria la unidad para que haya paz. La igualdad es necesaria para ello, una igualdad planteada como reciprocidad ante las leyes, que todos tengan los mismos derechos independientemente de la propiedad.La condición de hacer un pacto de reciprocidad es que estén todos, este pacto lo salvaguarda el soberano, que para Rousseau es la voluntad general, el pueblo.

Como se deduce en síntesis de los tres autores, cada uno aporta su granito de arena para que podamos entender el sistema político actual. Hobbes justifica el uso del poder y la legitimidad del poder del Estado, Locke desarrolla la democracia en sentido amplio, la fiscalización del poder por parte del individuo como titular de la soberanía nacional. Por último, Rousseau plantea las cuestiones sociales, la igualdad de oportunidades y la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley: Un principio que no sólo legitima el sistema desde el punto de vista ético sino que además garantiza el sometimiento voluntario al imperio de la Ley.